Como otras chicas, la protagonista de esta historia llegó al modelaje webcam por necesidad económica
Entendí que la libertad que perseguía era falsa, me había vuelto esclava del dinero y lo que hacía me causaba malestar
Jaiver Nieto. EL TIEMPO
Afuera estaba amaneciendo. Debían ser las 6 de la mañana del viernes y yo seguía encerrada en la habitación.
Había decidido quedarme un poco más para terminar un show privado con uno de mis más fieles clientes. Esta era la oportunidad para ganarme una suma razonable de dinero, pues desde medianoche no había alcanzado a reunir más de 350 tokens.
Con Paul era sencillo. Ya me había acostumbrado a complacerlo. Apenas llegaba a la sala debía saludarlo públicamente, sonreír mucho, preguntarle por su día y hacerle muchas bromas.
Después, a medida que la conversación fluía debía decirle que lo deseaba, que quería estar con él a solas, que me moría de ganas de tener sexo con él, para llevarlo al show privado.
Una vez conseguía mi objetivo debía desvestirme al ritmo de la música, mostrarme en cámara y hablarle sucio para excitarlo. Luego, él tomaba las riendas y me hacía sus peticiones: tócate, grita mi nombre.
Yo lo hacía. Sabía hacerlo, sabía también que los últimos dos meses habían sido los más duros de mi vida y sabía que si no me esforzaba lo suficiente no alcanzaría a pagar el arriendo y, mucho menos, a cubrir los gastos de mi alimentación.
Allí, en esa sala, desnuda y a merced de él, no había lugar para el cansancio ni el pudor. A pesar de que las piernas me dolían y el hecho de que aunque me observaba en esa pantalla de televisión, la imagen que veía no era la mía. Esa no era yo.
La dinámica de la webcam
Llegué al modelaje webcam como muchas otras chicas, por necesidad. Acababa de dejar mi casa por problemas con mi padrastro.
Tenía 18 años y estaba sobreviviendo con los pocos ahorros que me quedaban. Antes de entrar a este mundo intenté conseguir empleo en diferentes lugares. Pero, a una joven estudiante sin experiencia es difícil que la contraten.
Recuerdo que cuando me hicieron la oferta yo solo pensaba: lo he visto en muchas partes, todo el mundo habla de que es una oportunidad de ganar mucho dinero e incluso muchas chicas de la universidad hablan de lo maravilloso que es.
Era una casa grande en el sector de La Floresta, en Medellín. Afuera había una gran camioneta. Desde la puerta una cámara me observaba. Nerviosa y asustada toqué el timbre. Me recibió una rubia voluptuosa que me invitó a entrar a una sala llena de televisores.
En el centro, había un hombre al frente de unos monitores en los que se veían chicas semidesnudas en varias habitaciones que, supuse, estaban en el segundo piso.
—Siéntate —dijo la rubia, mientras señalaba un sillón— Mi nombre es Sara, cuéntame qué dudas tienes del trabajo.
—No sé, la verdad soy nueva en esto. No tengo ninguna experiencia y quisiera saber ¿cómo funciona? ¿Qué se necesita? —dije con voz dubitativa
Pues la verdad, esto es muy sencillo. Nosotros trabajamos con tres plataformas. Estas páginas son salas de chat públicas, en las que muchos usuarios ingresan para verte. Allí te pueden pagar por diversas cosas como tocarte, masturbarte o hasta por bailar, pero también existen shows privados. Estos se logran con clientes que tengan mucho dinero y que te van a pagar por minuto para que estés solo con ellos. Cuántos privados hagas depende de que estés dispuesta a hacer. ¿Tú eres mayor de edad cierto?
—Sí, tengo 18 —Respondí.
—Perfecto, si trajiste tu cédula podemos empezar de una vez.
—¡Mmm! Sí… claro. Pero, antes quisiera saber otras cosas. Más que todo, lo que tiene que ver con la privacidad y el dinero…
¡Ah! claro, pues en cuanto a lo de la privacidad, nosotros te bloqueamos los países que quieras para que no te vean aquí o digamos si tienes familia en otro país bloqueamos ese también. La verdad es muy seguro, no te preocupes. Y lo del dinero, se te paga en tokens que es la moneda que se utiliza en estos sitios. Un token equivale a 0,10 dólares de los que 0,05 pertenecen a la página, es decir, que los 0,05 dólares que quedan se dividen entre ustedes y el estudio, cincuenta y cincuenta.
—Y ¿cómo son los horarios? Lo que pasa es que yo estudio.
—Las jornadas son de ocho horas y se trabaja todos los días, pueden ser más dependiendo de la dedicación que tengas. Pero te aseguro que apenas empieces a ganar dinero el tiempo va a ser secundario.
Cuando me hicieron la oferta, pensaba: lo he visto en muchas partes, dicen de que es una oportunidad de ganar mucho dinero e incluso muchas chicas de la universidad hablan de lo maravilloso que es
Momentos después, estaba con la cédula junto a mi cara mientras Sara me tomaba fotos, luego otro par más sugestivas, y ya estaba dentro. Mi inducción consistió en observar a las demás chicas durante 30 minutos y escuchar una breve explicación de unos juguetes sexuales que me dio Sara. Fue tan rápido, que ni siquiera sé en qué momento estaba en una habitación, en ropa interior y sin saber qué hacer.
Mi primera quincena fue excelente. En 15 días logré hacerme 1.500.000 pesos. Estaba deslumbrada por tanto dinero. Sin embargo, estaba trabajando casi 10 horas diarias sin descanso.
A medida que iba avanzando, y a pesar de que tenía bastantes seguidores, me daba cuenta de que cada vez entretener a estas personas era más difícil, era un esfuerzo físico y sicológico muy grande: hablo de jornadas larguísimas en las que tenía que hacer infinidad de cosas para lograr un privado, más la presión de sentir que prácticamente hay que rogar por un token y que lo que menos quieres es que llegue la quincena sin el dinero suficiente, porque en un trabajo como este nunca se sabe.
Una forma de explotación
El estudio fue creciendo y las instalaciones mejoraban. Todos los días entraban chicas nuevas. Todas estábamos ahí por la misma razón: ganas de salir adelante por nosotras, nuestras familias o por alcanzar algún sueño. Yo quería salir adelante con mi carrera.
No obstante, a medida que pasaban los meses las ganancias fueron decayendo y éramos víctimas de los dueños del estudio que querían quitarnos cada vez más porcentaje.
Además, muchas veces solicité manejar mis propias cuentas y no me lo permitían. No podía ver cuánto ganaba y ni siquiera sabía mis contraseñas. En definitiva, llegaron tiempos muy duros en los que una quincena podían ser 100.000 pesos o menos.
La respuesta siempre era la misma: chicas se tienen que esforzar más, venir más horas, en otra se recomponen y cosas así que, en vez de tranquilizarme, me enfurecían.
Como si fuera poco en esos meses los dueños del estudio querían hacernos firmar un contrato en el que nos obligaban a quedarnos como mínimo un año y en el que se deshacían completamente de nosotros legalmente.
Con lágrimas en los ojos les gritaba que cómo pretendían que yo viviera y pagara el arriendo con ese dinero. Ellos me ignoraban.
Según el documento, nosotras no trabajábamos para ellos, sino que les estábamos pagando arriendo por una habitación. Por tanto, ellos no se hacían responsables de nada de lo que nos pasara, ni siquiera de un accidente dentro de las instalaciones.
Ellos, en cambio, sí tenían derecho sobre nuestras ganancias y nuestro tiempo e incluso nos podían sancionar con dinero si algún día faltábamos. De hecho, uno de los problemas de esta ‘industria’ es que no existen regulaciones que protejan a las mujeres.
Vuelta sin retorno
Un día, a través de un cliente, me enteré de que existen personas o estudios que suben las transmisiones de todos las modelos y sus registros fotográficos a páginas pornográficas donde se venden sin ningún consentimiento.
Quedé sorprendida al darme cuenta de que, si buscaba mi nombre de usuario en Google, el motor de búsqueda iba a mostrar una serie de fotos y videos en las que aparecía desnuda y masturbándome.
Ya era demasiado tarde, ya todo ese material estaba en la web, cualquiera podía verlo, incluso mi familia. Ni las páginas, ni el estudio me dijeron que esa mujer, hombre o pareja al otro lado de la pantalla podía grabarme y vender mi material sin ninguna sanción. Fui ingenua e inocente y ahora lo estaba pagando. Así que me fui y decidí no volver nunca más a ese mundo.
Mi mamá se enteró y tuve que contarle toda la historia. Para ella fue muy duro y para mí también lo fue admitirlo.
Esperé pacientemente hasta que conseguí un buen trabajo que me permite practicar mi inglés. Cerré esa etapa y continúe.
No llevo una vida perfecta, sigo pasando dificultades. Pero, algo cambio: prometí no volver a dejarme llevar por falsas promesas.